El terremoto me sorprendió en el parqueo de mi casa mientras me preparaba para salir a una clínica, pues mi hija sería operada al día siguiente. Inmediatamente conecté la radio de comunicación de la Cruz Roja y en poco tiempo comprendí que la emergencia era muy grave y se iban a necesitar una gran cantidad de voluntarios pero en ese momento, mi familia era mi prioridad.
La mañana siguiente en la clínica hablamos con el cirujano quien operaría a mi hija, la operación duraría aproximadamente tres horas. Mientras esperábamos logramos ver por televisión las noticias acerca del terremoto, poco a poco los medios daban a conocer la magnitud del desastre. En la sala de espera transcurrieron tres horas luego dos más, en total cinco, mi esposa y yo comenzamos a preocuparnos por no tener noticias de lo que estaba sucediendo en la sala de cirugía. Mientras esto ocurría, yo seguía con atención las noticias, veía a algunos de mis compañeros del grupo de rescate trabajar duro hasta lograr sacar algunos heridos. Quería estar allí pero en ese momento mi familia seguía siendo mi prioridad.
Después de aquellas cinco largas horas apareció el cirujano. La cirugía había salido bien pero hubo una complicación que requirió más trabajo. Sin embargo, nuestra pequeña hija estaba bien. Esa tarde la pasaron a la sala de cuidados intensivos, luego nos informarían su traslado a la sala de cuidados intermedios. La acompañé toda la noche y ninguno de los dos pudimos conciliar el sueño. Mientras tanto yo continuaba dándole seguimiento a las noticias por televisión, las evacuaciones de los damnificados, sus historias, los arriesgados rescates que mis compañeros continuaban enfrentando.
A mediodía del día siguiente, el cirujano nos informó que nuestra hija estaba muy bien y por lo tanto sería dada de alta. Mi esposa me observó y entendiendo mi deseo dijo: ―Ahora sí, si quieres ir a ayudar a esas personas puedes ir. Llame a mi director de la Cruz Roja, el coronel Guillermo Arroyo quien me dijo: ―La situación es muy grave, podes venir a ayudar a San Miguel.
Arribé a la Cruz Roja de San Miguel de Sarapiqui cerca de las 6.00 pm. El lugar parecía una feria del agricultor. Mezclados se encontraban decenas de compañeros cruzrojistas, bomberos, Fuerza Pública , CNE, y algunos familiares de los todavía desaparecidos a quienes se les veía una cara de incertidumbre. Algunos estaban totalmente cubiertos de barro, todavía con su equipo de rescate puesto, evidenciaban un enorme cansancio. Dormí en el suelo de una iglesia evangélica, al acostarme recordé por primera vez que la noche anterior no había dormido absolutamente nada.
A las 5.00 a.m. del siguiente día me asignaron la tarea de acompañar a un equipo de la O.I.J, ellos estaban a cargo del levantamiento de los cuerpos. Viajamos 22 pasajeros en un helicóptero pero primero pasaríamos a revisar el lugar donde una casa había sido destruida por un terraplén y una niña había muerto en el mismo lugar. Cuando el helicóptero sobrevoló la zona un hombre que iba a la par mía nos dijo: ―Aquí estaba mi casa. Nosotros solamente podíamos contemplar un derrumbe como de un kilómetro. El hombre comenzó a derramar lágrimas, yo solamente atiné a tocarle los hombros.
Cuando llegamos a Cinchona comencé a ver por mis propios ojos la magnitud del desastre. Solamente había un lugar a donde el helicóptero pudiese aterrizar pero estaba ocupado por otro helicóptero, el asistente del piloto nos informó que íbamos a aterrizar sobre un estrecho montículo. Saltamos del helicóptero para descubrir que a unos cinco metros había un derrumbe como de doscientos metros, la tierra estaba totalmente agrietada. Cuando el helicóptero despegó todos no agarramos para no ser despedidos al desfiladero.
El desastre ahora sí era real. Todas las casas estaban destruidas o a punto de colapsar, desde esa distancia se veían mis compañeros trabajando en la Soda La Estrella, parecían perecían pequeñas hormigas sobre un enorme montículo de tierra, la tarea parecía imposible. Seguimos nuestra caminata, llegamos a la iglesia, estaba semi-colapsada, me aventuré a mirar hacia adentro y resaltaba un Cristo crucificado a punto de caer, el sufrimiento que se veía en aquella imagen parecía ser aun más real…
Pasamos por una casa colapsada y comenzamos a sentir un fuerte olor a carne descompuesta. Un compañero de la O.I.J. dijo: ―Ese olor me es familiar seguramente hay algo muerto muy cerca, espero que no sea una persona. Lamentablemente, nuestra misión era otra... llegar a donde posiblemente habían cuatro personas soterradas. Seguimos nuestro camino, algunas calles terminaban en enormes desfiladeros por lo que teníamos que bordearlas, en medio de todo esto seguía temblando.
Cuando por fin llegamos a la zona de búsqueda, varios de mis compañeros de Cruz Roja y bomberos ya estaban trabajando en el lugar, la tarea se veía imposible pues había que remover cientos de toneladas de tierra. Mis compañeros habían removido los escombros de lo que fue una humilde vivienda, ahora tocaba palear y palear tierra. Un geólogo del Comité de Emergencia llegó y nos advirtió de lo arriesgado de nuestra misión, algo que ya nos habíamos dado cuenta debido a que estábamos trabajando al final de un derrumbe como de 300 metros.
Sacamos tierra y más tierra. Los reporteros de los medios de comunicación por un momento dejaron sus cámaras y comenzaron a escarbar la tierra junto a nosotros, no tenían equipo de protección, lo hacían por un simple acto de solidaridad humana. Como a las dos de la tarde alguien que estaba trabajando justo a la par mía me dijo: ―Siento algo. Escarbamos con cuidado, cuando apareció una mano. Habíamos encontrado un cuerpo. Comenzamos a escarbar la tierra a mano para no lastimarlo. De pronto, otro compañero descubrió justo debajo del primer cuerpo la cabeza de una niña como de 4 años. ―Otro cuerpo ―dijo. La adrenalina nos hacia continuar escarbando más rápido pero con sumo cuidado. La O.I.J. nos había pedido que dejáramos los cuerpos en la misma posición para poder tomar fotografías como futura evidencia. De pronto, otro compañero nos dijo que debajo había un tercer cuerpo. Después de aproximadamente media hora de escarbar con las manos, estaba a nuestra vista el cuerpo de una mujer, seguramente una madre abrazando a sus dos pequeños hijos. Obviamente había tratado de salvarles la vida, habían llegado muy cerca de la puerta, pero los alcanzó la muerte.
Todos teníamos lágrimas en nuestros ojos, algunos llorábamos más que otros pero todos llorábamos. Por unos segundos logré contener mis lágrimas y saqué a los dos pequeños niños para acomodarlos en una camilla de rescate. Por un momento vi hacia mi lado, un compañero periodista de un canal de televisión estaba haciendo tomas, la cámara le temblaba y la razón era porque no podía contener su llanto.
Los compañeros de bomberos nos ayudaron a sacar el cuerpo de la mujer con equipo de rescate vertical, los dos niños no pesaban mucho, por lo tanto, decidimos sacarlos por el derrumbe, no queríamos que nos sorprendiera la noche en ese lugar. Mientras hacíamos el recate de los cuerpos un helicóptero de la Fuerza Aérea Colombiana hacía un sobrevuelo de reconocimiento justo sobre un Toyota Yaris que había quedado atrapado en un derrumbe. Desde donde nosotros estábamos el derrumbe se veía colosal, aproximadamente setecientos metros, la tarea de rescate se veía imposible de hacer. Al día siguiente vi por televisión como unos compañeros lograban hacer el rescate de ese cuerpo, habiendo estado tan cerca de ese lugar debo admitir que fue uno de los rescates más arriesgados y técnicamente complicados que he visto en mi vida.
Cuando por fin salimos de aquel lugar nos reunimos alrededor de los tres cuerpos. Uno de los responsables del grupo dijo de manera muy sabia: ―En medio de tanto dolor debemos de sentirnos satisfechos… Todos hicimos un círculo, nos abrazamos e hicimos una oración. Después de todo teníamos tantas cosas por las cuales estar agradecidos con Dios: Estábamos vivos, alguien podría darle una correcta despedida a sus seres queridos, nuestras familias estaban bien, podíamos seguir adelante…
Que hermoso testimonio de vida. Me lleva a pensar que las manos caritativas nunca estan vacias. Gracias por compartir su experiencia. Es un desafio para los lectures.